Los Tarumas siguieron las huellas de sus antepasados y construyeron una floreciente nación que se distinguía por su laboriosidad y su moral. Eran unidos, cumplían fielmente sus obligaciones, guardaba respeto y veneración por sus dioses y seres divinos. Por eso sus cosechas eran prodigas y poseían abundante ganado.
Viracocha, dios hacedor del mundo, se dice deparaba especial consideración a esas gentes por sus cualidades virtuosas y ejemplar conducta. Por eso nada faltaba en esas comarcas.
Agradecidos, erigieron un templo en honor del bienhechor. Viracocha en las faldas del cerro Racsamarca, el cual estuvo al cuidado de sacerdotes y sacerdotisas que oraban cotidianamente y cumplían también con los ritos a los otros dioses locales.
En las mañanas, cuando el divino Mocha, dios tutelar de este pueblo, despedía sus primeros rayos, era saludados por los sacerdotes con cánticos y salmos en los que participaba el pueblo, exteriorizando su gratitud y devoción.
Pero un día, dicen, llego el espíritu del mal, fuerza maligna que no podía ver a un pueblo feliz, y y el mal se posesiono del corazón de los sacerdotes y sacerdotisas. Entonces , todo cambio súbitamente, la virtud, la obediencia y, el trabajo se trocaron en la lujuria, rebelde, ocio y bajas pasiones. El templo sagrado convirtiéndose en antro de perversión.
Después, el mal se extendió a todo el pueblo y los habitantes siguieron las huellas del mal ejemplo, de los encargados del culto a los dioses, Paulatinamente, la decadencia y degeneración comenzó a reinar sin ningún control.
Viracocha, alarmado, envió mensajeros divinos para lograr la reflexión y el arrepentimiento de las gentes, pero los corazones de los hombres se habían endurecidos.

Luego bajaron los mensajeros de Viracocha y convirtieron en piedra a los sacerdotes que fugaban en diferentes direcciones. Las sacerdotisas fueron recluidas en profundas oquedades subterráneas, condenadas a llorar eternamente. El templo quedo reducida a una solitaria cueva, donde solo moraban murciélagos y otras alimañas.
Las aguas que salen de la gruta de Guasapo se dice, son las lagrimas de las sacerdotisas que seguirán llorando para tosa la vida sus torpes desvaríos.