Los Duendes

0
Cuentan las crónicas que existía una casa cuyos dueño la vieron de pronto poblada de duendes, los benditos pelones no dejaron en paz a la familia, porque no había rincón, no había sitio donde no hubiera un duende bajos las camas, entre las alacenas, tras los muebles, en las junturas de las puertas, donde menos se pensaba salía un duende.

El jefe de la casa estaba aburridísimo, la señora lo mismo, las niñas tenían miedo de recorrer las habitaciones y hasta los que iban de visita no sabían que hacer con los malditos.

Todo lo robaban, todo lo echaban a perder, en todo se metían, todo lo transformaban, desde que los duendes se apoderaron de la casa no existía cosa en su sitio y no había forma de salir de ellos.

Una mañana el jefe, sin darse una silaba, cogió su sombrero y se lanzo a la calle, contrato diez carretas, las trajo, y de porrazo echose a hacer cargar su mueblería, había resuelto irse a vivir a Canto Grande y dejar su casa a los duendes.

¡Que alegría para chicos y grandes! ¡Al fin iban a salir de aquella plaga!

Tras las carretas vinieron cuatro coches para llevar a la familia, subió la señora, las niñas y los criados, el ultimo que iba a subir era el señor, que santiguándose, como quien dice: líbrame Dios de mas bodoque, puso el pie en el estribo y ya iba a ocupar su asiento, cuando se sintió asido del fabion de la levita, volvió la cara y vio----- ¡a los duendes! en hilera, cada cual con su alforja al hombre sonriéndose y frotándose las manos y oyó que decían en coro: -¡Con que nos mudamos!

Todos ellos estaban allí, con sus ojos saltones, sus bocazas de oreja y oreja, su nariz de caballo y sus afiladas.

 La pobre familia tuvo que quedarse con ellos, y la desgracia continuo.

Tal vez te interesen estas entradas

No hay comentarios