
adivino, desaparece el iserepito, y es aquel quien continua solo por los aires. Hizo la aparicion el adivino, pero de nada le valió, El aranta-diablo le seguía gritando: Ara-tan-tan-tan; Ara.tan-tan-tan. Lo oyo el brujo y tuvo miedo. Corría y corría veloz, para no ser alcanzado. Mas el aratanta corría igualmente, no cesando en su percusión. Cuando ya estaba a punto de atraparlo, se metió el adivino en un árbol duro, salió por la punta y siguió en alas del viento.
Creyéndose ya lejos y seguro, se puso a descansar. Pero el demonio del aratanta no tardo en legar, con su machacona cantinela: ara-tan-tan-tan; ara-tan-tan-tan. Asustado, porque siempre le seguía, suscito el adivino un fuerte viento. Se convirtió en hoja y se dejo levar por los aires, con velocidad vertiginosa. En un cerro de pajonal tomo tierra y espero. Estaba quieto, escuchando, convencido de su victoria sobre el maligno sapo. Mas el desdichado animal no tardo en dejarse oír. Antes de que llegara, se convirtió el adivino en piedra que, rodando cerro abajo, vino a caer pisadas cercanas del aratanta. Como era buen nadador y mejor buzo, se metió debajo del agua y rio arriba, fue subiendo hasta sus nacientes. De nada le valió el subterfugio. También allí era constantemente perseguido por el asqueroso animal.
Cansado ya, y no sabiendo como defenderse e semejante acoso, se transformo en picaflor y voló tan lejos como pudo. hasta que se creyó seguro. Vana ilusión. No tuvo mas remedio que acudir nuevamente a su tabaco, para ver el encantamiento le deparaba mejores resultados. Tomo la pócima y se hizo velos como el viento, yendo a para mas lejos que las veces anteriores. Se oculto en una cueva a cuya entrada habían hecho sus panales varias clases de avispas, entre cuyas reinas trato de ocultarse con disimulo. Pero la mala suerte le acechaba. Llego el aratanta y se vio obligado a huir de nuevo, corriendo al monte, donde encontró un niño de la hormiga chibokiro, metiéndose en el. Las hormigas le preguntaron: ¿Que te sucede,hermano? Hablaban así, porque parecían gente. El les refirió se desgracia. Prometieron ayudarle. Al efecto, salieron todas, incluso la reina a la entrada del nido, y esperaron. Nada mas al llegar el sapo, le escupieron su saliva a los ojos. El ácido fórmico le callo en ellos y murió el animalejo. El adivino, libre ya de su eterno perseguidor, salió del agujero y, sin dar las gracias, regreso a su casa.