Pishtaco III

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Se sabe que los sanguinarios pishtacos tienen también otros fines y mas modalidades de crueldad. Para servir y dejarse mandar por hombres ricos y poderosos, a cambio de oro y dinero, también se prestan los desalmados.

Poco tiempo después de la llegada de los españoles, los curas y colonizadores de entonces impusieron cambios violentos en la vida de los hombres vencidos y de los indios naturales que poblaron estas tierras desde tiempos remotos. Los invasores destruyeron a sus dioses, hicieron que redoblaran sus rodillas ante nuevas y extrañas imágenes, y castigaron con crueldad a quienes se negaban a aceptar la nueva religión. Hubo buenos cristianos que buscaban el bienestar y la paz entre los hombres, pero también existieron clérigos que mancharon sus manos con la sangre de los caídos.

Los hombres mas viejos cuentan que estos malos religiosos hicieron contratos con sicarios para que maten sin piedad a los indios rebeldes. Y todavía algo peor, buscaron la manera de valerse de sus cuerpos. Un anciano de Vinchos, Huamanga, relata:
"En tiempos antiguos, los pishtacos eran personas designadas. Los mismos curas les entregaban el habito bendecido, un machete curvo y un cuchillo. Cuando el asesino salía a la ciudad sonaban las campanas. Y ya en la puna, en sitios solitarios, esperaban callados nomas a las personas y las agarraban con su fuerza, porque eran altos, brazudos, fuertes. También dicen que los mismos indios se volvieron pishtacos, porque les pagaban y preferían el color del oro que a su gente. Negros pishtacos también ha habido, pero ellos mas lo hacían por obligación porque eran esclavos.
Entonces, después de matar a sus victimas, las colgaban de los pies con sogas gruesas. Prendían velas o fuego en la parte baja del muerto, para que chorree poco a poco la grasa en unas tinajas.
Y no eran sonsos al improvisados, todas se las sabían. Los muy desgraciados escogían y daban muerte principalmente a las personas que eran mas gorditas y que además tenían bonita voz, porque decían que la sangre y la grasa de estas servían mejor en la fundición de las campanas y dicen que cuanto mejor voz tenia la persona, mas sonora salía la campana, mas dulce y triste era el tan-lan tan-lan.

Al final de su Faena, los pishtacos entregaban la grasa a esas personas poderosas que la habían solicitado. Eran los hacendados ricos o los sacerdotes sin corazón los que pagaban bien por ella, ya que tenían mucha plata, y ellos mismos se encargaban de mandarla al extranjero. Así han contado los abuelos.









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