Cierta vez, paisanos, vivía una aventura muy riesgosa. Fue un año en que llega la peste caballar a Cosiete, No solo se acabaron de morir mis mulas sino también mis bestias de silla, entre ellas, mi yegua Caracucha, que era la madrina. Cuando esta se hallaba agonizando en las cercanías de un peñón, los cóndores le arrancaron los ojos y la lengua antes de que acabe de morir. Esta ferocidad me decidió a vengarme de ellos. Me puse, en seguida, a cuidar la yegua moribunda y ciega, mientras que los cóndores se mantenían en el aire, sin moverse apenas sintió en que se hallaban. Al caer la noche, los cóndores volvieron a su nidos. Yo me fui a merendar en mi vivienda y, a poco, volví al sitio donde estaba la yegua, a la que encontré cadáver. Y allí, solo, sin la presencia de doña Chuspi, me puse a concretar el plan que me había concebido, el de cazar un cóndor vivo. Durante toda la noche , entre trago y trago, cave un hueco enorme debajo del cadáver. Y de cantao, me metí en el, teniendo lista, entre mis manos aforras con cuero, mi correa también de cuero.
Al día siguiente, cuando el sol ilumino Cosiete, una bandada de cóndores negros y a pocos, gritando
horrorosamente, se cernio sobre el cadáver, la que estaba dirigida por un cóndor negro jefe, de grande cola blanca, el cual se paso en el peñón cercano. Después de un rato, los cóndores, con las alas caídas, silenciosos, se acercaron al cadáver. El cabecilla fue el primero en picotear y arrancar un pedazo de carne del cuerpo y, continuación, lo hizo la masa popular, gritando y peleando a un tiempo. Y cuando todos estaban disfrutando el esplendido festín, uno de ellos, al tiempo que aleteaba sobre el cadáver, lanzo un grito tan fuerte y espantoso que fue motivo pa´que el grupo de desbandara al instante, aunque algunos cóndores no pudieron levantar el vuelo a causa de haber tragado mucho. ¿Qué había sucedido...? había sucedido que yo, en un abrir y cerrar de ojos, había enlazado una de las patas del cóndor con mi cinto.
Y ocurrió, después, lo que ni siquiera sospeche. Ocurrió que el cóndor enlazao, en un santiamén, alzo el vuelo a gran altura, llevándome colgado. El cóndor, unas veces, se remontaba hasta las estrellas y, otras, volaba a poca altura sobre los cerros y las pampas de Cosiete y Contumaza. Revolaba y revolaba. Y yo me mecía al aire, agarrao de mi cinto. Y como tenia estrellarme en el fondo de los precipicios, me enronquecía gritando a las gentes:- ¡Tiendan colchones, que vengo a tierra...! ¡Tiendan colchones que me vengo abajo...!
Mas tarde, el cóndor partió pa´l valle, llevándome colgado. Entretanto, se me habían ido los pantalones, e iba con el cuerpo en pelotas, y estas, contra mi gana, por efecto de la velocidad, hacían un sonido fuerte de campanillas, Y cuando pase, a poca altura, por el cielo de la ciudad de Cascas, los cosquinos, al mirar con atención me confundieron con su Patrono, y exclamaron repetidamente:- ¡Ahí pasa nuestro Arcangel San Gabriel con sus campanillas tintineando...! Y se ponían de rodillas y me dirigían oraciones.
A poco que el cóndor dejo el cielo de la ciudad de Casca, cuando ya nos habíamos vuelto amigos, tomo el rumbo de Ascoper y después, el de la ciudad de Trujillo. Me hizo conocer, desde el aire, esta ciudad inmensa, la cual me gusto bastante. En tanto, ya expiraba el día. Y el cóndor, acordándose de su tierra, y oyendo, además, mis ruegos amistosos, mas presto que un relámpago, se volvió a Cosiete, trayéndome colgado. Se poso poco a poco en el peñón cercano al sitio donde murió la yegua, y me dejo que le quite mi correa de su pata. Y en el acto, el salió hacia su nido y yo salí hacia mi casa.
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