En Qjelie Huanca se abrió la tierra y del interior de ella broto un enanito. Estaba desnudo y tenia una brillante cabellera roja como fuego. Se sentó sobre una piedra y sacudió alegremente sus encendidas greñas. Sus ojitos vivos como brasas miraban asombrados el paisaje y como hacia frio se puso a llorar como un lechoncito.
Por entre riscos y peñas saltaba el enanito y su cabellera roja se le enredaba entre las pencas y las tunas. A medianoche tocaba su barriga como un tambor y el sonido ronco rebotaba en cerro en cerro. En las tardes calladas se chisca y la flautita se transia de trinos pero sobre todo le gustaba asustar a los chacareros cuando los sorprendía recogiendo leña, gruñia, gruñia sordamente.
Cantaba también debajo de la tierra y sus canciones salían al aire como el agua de los puquiales cuando se convierte en nubes. En los amaneceres celestes, las tonadas lejanas del enanito Ichi despertaba a los niños y los terneritos mugían dulcemente
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