El gallinazo y el zorro eran viejos enemigos. Siempre se encontraba a uno murmurando del otro.
En cierta ocasión, el gallinazo al volar sobre el arenal diviso al zorro, lo cogió por el lomo peludo y se remonto bien alto, bien alto, para soltarlo luego desde arriba. El zorro caía dando alaridos, ya próximo a tierra, su astucia le hizo recordar una vieja formula de encantamiento y se puso a rezar el sortilegio: piedra, palo, piedra, palo, decía. De pronto cayo pesadamente al suelo, su llegada coincido con la palabra "palo" y quedo convertido en un tronco viejo y huarango.
Un campesino indio, recorriendo su chacra, tropezó con el, lo cogió y advirtiendo que convenía como tranquera lo puso a servir. En las noches, el zorro rompía su encantamiento y merodeaba por la campiña haciendo fácil la caza. Luego al amanecer tornaba a su sitio convertido de nuevo en leño. El labriego indio, bien pronto malicio el engaño y una noche cogió el palo y lo agarro, al fuego donde hierva olorosa jora. Al comienzo, el zorro solo advirtió un agradable calor, pero bien pronto empezó a quemarse. Al sentir el dolor, rompió el encanto y huyo velozmente hacia el arenal. Pero el fuego había comenzado su obra, y antes que huyera el muy vivo, ´parte del leño se había tostado. A ello se debe el calor bruno oscuro del lomo de la cola coposa del zorro peruano.
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