El Tesoro de da Clemesi

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Cierta vez un acaudalado señor del valle de Tambo, envió, para estas tierras de Moquegua, varios cargamentos de plata y oro, mercancía, al parecer, muy corriente entre nuestros felices antepasados. Iban estos codiciados metales sobre los lomos de las incansables mulas que lentamente se pasan días y noches caminando sin demostrar aniquilamiento. Dirigía la recua un servidor terreno de esos que al compás de la cabalgada marchan semidormidos y despiertan al instante de cualquier tropiezo. Así la caravana tenia que atravesar la pampa de la Clemesi, inmensidad sin limites para las mulas. Aquí y allá solo encontraban los huesos secos y amarillos de los animales muertos en las caminatas, engañados muchas veces por las ilusorias fuentes donde nunca pudieron saciar su sed.

Habian caminado varias horas y la noche se cernia sobre arriero y arriadas. Precisaba para poder llegar a Moquegua libre de incidentes. Así comprendiéndolo el fiel conductor acampo con sus bestias para descansar y dormir un algo. Acomodo las correas de los animales, improviso un incomodo lecho pero abrigado. Resguardo bien el tesoro y asunto del cansancio fue que lo dejo dormido como un verdadero liron. Soñaría o no soñaría, en el cuento que a media noche los despertó una torrencial lluvia que lo mojaba cuerpo y alma. Abre los ojos y lo que se presenta a la vista lo envuelve de terror. Una tormenta peregrina en esos lugares se había desatado. Los truenos lo ensordecían, los relámpagos lo cegaban y presos del pánico hombres y bestias corrieron sin rumbo fijo a través de la pampa laverintica. Toda la noche camino el sujeto deshecho el cuerpo y aniquilado el espíritu y al anochecer sus ojos vieron incorporarse la calma y tranquilidad en la tierra.

Cumplidor de su deber y asustado por la mala cuenta que tendría que dar a su dueño y señor por la carga preciosa desaparecida, el hombre se dedico a buscar la recua. Viandante continuo de los lugares se conocía el terreno palmo a palmo. Por fin encuentra restos de la caravana: alforjas, monturas y e el centro de un palo enterrado hasta su mitad en la arena. Las bestias habían huido y no se acordaron de volver. Se puso nuestro héroe contento pues la carga metálica la había colocado al centro y en lugar seguro, mas su contento desapareció al no encontrar nada en el sitio supuesto, absolutamente nada del desdichado tesoro. Los ojos en blanco y las manos abiertas delante del palo enterrado que comenzó a recitar este versito.

    Malvada, deja lo que es robado
    el entierro con la luna esta apantado
    y pronto por un hombre bueno será encontrado.
    Yo velare por esto prometido que
    Dios me la mando por ser enero
    y tu me lo quitaste, ¡Oh cruel bandido
    quitándome la vida como a un cordero!.

Al pobre serrano no se le podían poner los pelos de punta pero el frio que le heló la sangre le comunico finas fuerza alimpicas a sus piernas, quienes no pararon hasta el Valle de Tambo donde contó monosilábicamente su aventura al patrón. Amo y criado volvieron al lugar de la tragedia, pero por mas que buscaron nunca pudieron encontrar el tesoro de marras. Se dice, se cuentan que aun en la pampa de la Clemesi, existe un corralon y el palo enterrado que canta, esperando, sin duda alguna, al hombre bueno.

Lo que no se dice es que la voz acusaba al ladrón. ¿Querría el servidor robarlo? ¿Seria mal adquirido por el amo? Es asunto, claro esta, importante, pero quien me lo contó no me lo ha dicho.

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