El general Ruminagui (ojo de piedra) que había servido primero a las ordenes del Inca Huascar y después a las de Atahualpa. (Rey de Quitu), pudo reunir 5000 hombres de guerra, después de la ejecución que hicieron de su augusto Soberano y en la imposibilidad de llevar la ofensiva, con el terror en el malma, escalo las montañas del Alto Perú y fue a situarse en Cantumarca, antiguo asiento de la Reina Colla, desapareciendo después sin saberse absolutamente de su paradero.
Unos años mas tarde, el español Centeno, hizo el descubrimiento del Potosi y las intrépidas expediciones de Europa, que conquistaban esas tierras, fueron en una ocasión sorprendidas por la vanguardia de un ejercito de soldados de tal dinamita estatura que apenas median la mayor parte de ellos, la mitad de alto de un hombre mediano.
Esos eran los valerosos chulpas (hombres pequeños) que había armado y organizado en la montaña el general Rumiñagui.
El ataque fue traído a honda y a flecha, por los diminutos guerreros, y los europeos no tardaron en apercibirse de que estaban frente a un enemigo mas aguerrido y valiente que todos los que hasta entonces habían tenido que cambiar.
Dos días duro la encarnizada lucha a piedra en las proximidades dé Cantamarca y la honda era tan buen manejada por los chulpas, desde las alturas, que casi no quedo soldado invasor con la cabeza sana.
Venció por fin. la superiodidad de las armas de fuego, que siempre fue causada en el animo del indio supersticioso pavor.
Tumiñagui y la mayor parte de sus soldados se retiraron a las montañas, pero los terribles chulpas, atajaron el paso algunos días mas a los conquistadores.
Las mortiferas armas de fuego, hacían destrozos en las filas de aquellos pequeños valientes que pretendían por el solos, estrechar y concluir al enemigo.
Las municiones del ejercito expedicionario se agotaban después de cuatro días, y los sables y las lanzas entraron al jugar activamente, obligaron a retirarse del campo de la acción a los grupos de chulpas que quedaban.
La victoria fue pues de los conquistadores, y los vencidos se emparedaron en sus chozas de las montañas, tapiando las puertas con piedras y maderas, envenenándose con unas yerbas que comían y que en pocas horas producía la muerte.
Dice la tradición que al cerrarse para siempre en sus viviendas convertidos en sepulcros, decían los chulpas que la vida no tenia mas objeto para ellos, pues no habían restituir el honor del Inca su señor, y el Dios Sol los había abandonado.
En las proximidades de la ciudad de Potosi se pues aun comprobar la autenticad de estos suicidos voluntarios, se encuentran allí como vestigios de las chozas de los guerreros enanos y en su interior existen los diminutos cuerpos momificados de los últimos representantes de aquella raza, que a pesar de su pequeña estatura y de su pobreza de ideas, fue una de las que mas lucharon por la restauración del Imperio de los Incas.